La salida pedagógica, coordinada por el docente a cargo del Seminario de Estudios Urbanos y Experiencias Socioculturales, Hugo Ferreira, se realizó el 12 de septiembre. Casi 30 estudiantes asistieron a la muestra que se desarrolla en el Club Cultural Matienzo de la Ciudad de Buenos Aires.
La exposición está compuesta por fotografías tomadas a sobrevivientes de la llamada “conquista del desierto”: niñas, niños, mujeres y hombres de las comunidades mapuches, más específicamente de los lonkos, Inakayal, Sayhueque, Foyel y sus familias. Mujeres y hombres que defendieron su habitar frente al avance de una oligarquía voraz que los despojó y los desterró. El material fotográfico fue producido en el Museo de Ciencias de La Plata, donde las y los cautivos permanecieron encerrados, siendo sometidos a investigaciones “científicas”. Son imágenes del horror, por una parte, pero también de dignidad, de enojo y de tristeza.
Este centenario acervo fotográfico fue seleccionado e “iluminado” –o sea, coloreado en la jerga fotográfica– digitalmente por Sebastián Hacher. Impresas en papel de algodón, las fotografías fueron bordadas con hilos de colores, utilizando diversas formas y técnicas. Además de las fotografías coloreadas y bordadas, estaban expuestos dos videos: el primero contenía secuencias de danza con un aro de luz de leds –creado por la artista Mariana Corral– en tierras patagónicas recuperadas por los mapuches; el segundo video era una secuencia de uno de los tantos alambrados de púa que cercan la estancia de Luciano Benetton. Para este último video se había utilizado el alambrado como “micrófono”.
Respecto al sentido que los autores de esta exposición le dan a su trabajo artístico, puede leerse el artículo que Sebastián Hacher escribió para la Revista Anfibia (hacer clic aquí). Este mismo artículo se encontraba impreso y colgado en una de las paredes de la exposición, donde lo pudimos leer con los y las estudiantes.
La sala donde funciona la muestra, oficia también como foyer de la sala teatral. Si bien esto puede funcionar como atractivo para el público que espera para asistir al teatro, también le da un carácter de espacio de “tránsito” y no invita a detenerse, sentarse y estar nomás.
Mi propuesta pedagógica consistió justamente en invitar a los y las estudiantes del Seminario a contemplar la exposición, partiendo de la lectura que realicé a viva voz del texto “Geocultura del Hombre Americano” del filósofo y antropólogo Rodolfo Kusch: “Que los conceptos del autor los atraviese y funcionen como resonadores internos mientras contemplan las imágenes”.
Los párrafos seleccionados fueron los siguientes:
“Eso de la belleza es un invento de la burguesía europea después de la toma del poder en el siglo XVIII. La belleza fue rescatada del mundo griego y donde tenía otro sentido, para identificarla con el arte renacentista, porque no se sentía la burguesía capaz de crear un nuevo arte. Y además permitía subvertir el arte a la sociedad de consumo. ¿Y lo bello qué era pues? Pues no más que armonía exterior a nivel decorativo, con falta de compromiso y de denuncia y por ende, un objeto fácil de consumo, como que se colocaba en el comedor donde se reunía la familia y que, en razón misma de su belleza, no debía cortar la digestión. Así piensa también nuestra pequeña burguesía americana. Tampoco ésta se suma a la cultura si no es como institución. La burguesía crea museos, salas de concierto, o habla de eternidad y universalidad sencillamente para ratificar que arte es materia de consumo y no de creación. De ahí nuestra crisis cultural. Es que la burguesía pareciera sospechar que la cultura no es algo quieto. ¿Será que advierte su sentido revolucionario?”. “El artista sabe que el arte es sacrificio mucho más que obra, porque cuando hace arte, especialmente ese artista que no crea para el consumo, sabe que el arte es sacrificio, de tal modo que cuando termina un cuadro no pretende haber creado una belleza para siempre, sino que le acosa de inmediato la angustia por crear un nuevo cuadro. No hay paz en la cultura, como que no hay belleza, ni tampoco universalidad, como pretenden los que no entienden nada de arte”. “Algunos antropólogos pretenden que una cultura se conoce haciendo un recuento de los objetos culturales del indígena. Craso error. Es un criterio propio de la burguesía norteamericana. Ésta no sabe que la cultura indígena no es estática, sino dinámica. Su valor no se da en el inventario, sino en la función. Puedo describir un sacrificio de sangre, pero el sentido real de éste aparece recién cuando yo mismo lo efectúo para resolver un problema vital de mi comunidad. La cultura indígena es una cultura ritualizada. Por eso los indígenas nunca recuerdan bien en qué consiste ella. No tienen el inventario de su cultura. ¿Por qué? Porque su cultura está en función de su sentimiento de totalidad y ésta no se expresa sino en un ritual. Sólo así el indígena consigue afirmar sus raíces existenciales”. “Pero, ¿cómo es eso? diría alguien: cuando escucho a Beethoven ¿debo hacer lo que hace el indio y repetir el rito de la creación de su música? Nadie lo haría ¿verdad? Pero he aquí la paradoja del arte. El que realmente escucha música y no anda, como las maestras gordas, suspirando por una música que no entienden o mejor, en el que sabe escuchar, en el fondo repite la música a nivel ritual. Es uno de los misterios del arte, que el buen burgués no conoce. Éste sólo consume y no ve otra totalidad que lo que se le ofrece como utensilio manual. Y la cultura tomada en toda su profundidad hace notar que de nada valen los utensilios, sino que yo soy el responsable de la cultura. Es otro aspecto del sentido revolucionario de la cultura. Lleva la revolución a la alcoba, precisamente ahí donde nos creíamos seguros de todo compromiso”. “Una cultura americana no ha de consistir en ver alguna vez un cuadro y decir que ese cuadro es americano. Lo americano no es una cosa. Es simplemente la consecuencia de una profunda decisión por lo americano entendido como un despiadado aquí y ahora y, por ende, como un enfrentamiento absoluto consigo mismo. La cultura americana es ante todo un modo: el modo de sacrificarse por América. ¿Y qué saldrá de esto? No lo sabemos. Es absolutamente imprevisible. Y es esta misma decisión un poco hacia el absurdo, la que impide que haya hombres que la asuman. Es la consecuencia de nuestra sociedad burguesa. Ésta nos dice cómo hay que hacer para reunir dinero, pero no nos da, ni puede darnos, garantías para saber qué pasaría si nos decidiéramos por América. Siendo una clase altamente dinámica en economía, es absolutamente inoperante en los fines que trascienden esa economía. Por eso anquilosa visiblemente en toda América los medios de expresión”. “Detrás de toda cultura está siempre el suelo. No se trata del suelo puesto así como la calle Potosí en Oruro, o Corrientes en Buenos Aires, o la pampa, o el altiplano, sino que se trata de un lastre en el sentido de tener los pies en el suelo, a modo de un punto de apoyo espiritual, pero que nunca logra fotografiarse, porque no se lo ve […]. Y ese suelo así enunciado, que no es ni cosa, ni se toca, pero que pesa, es la única respuesta cuando uno se hace la pregunta por la cultura. Él simboliza el margen de arraigo que toda cultura debe tener. Es por eso que uno pertenece a una cultura y recurre a ella en los momentos críticos para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser prendido al suelo. Uno piensa entonces qué sentido tiene toda esa pretendida universalidad enunciada por los que no entienden el problema. No hay otra universalidad que esta condición de estar caído en el suelo, aunque se trate del altiplano o de la selva. De ahí el arraigo y, peor que eso, la necesidad de ese arraigo, porque, si no, no tiene sentido la vida. Es la gran paradoja de la cultura. Si por un lado es la más cruel de las revoluciones porque nos desnuda totalmente (pensemos en la desnudez de Van Gogh), por el otro es el definitivo domicilio en el mundo, como que tiene por misión una nueva Creación del mundo. Realmente no deberíamos entender las transformaciones, sino en este único sentido que brinda la cultura, como algo que apunta nada más que a mi vida aquí y ahora”. |
Hago una llamada de atención a una de las afirmaciones que hace Kusch: “Puedo describir un sacrificio de sangre, pero el sentido real de éste aparece recién cuando yo mismo lo efectúo para resolver un problema vital de mi comunidad”.
Entonces hago la pregunta: ¿cuál es nuestra urgencia, nuestro problema vital, por el cual nos encontramos aquí? Porque el problema vital de los mapuches, su urgencia por estar en el suelo al cual pertenecen –léase “lucha por las tierras”– puede resultarnos más claro. También la urgencia de Sebastián Hacher puede leerse o intuirse de su relato pegado en la pared. Pero, insisto, ¿cuál es nuestra urgencia por la cual estamos aquí? ¿Cuál es nuestro problema vital? O aún, ¿qué sentido o sentimiento de totalidad puedo experimentar –o no- a partir de la obra en exposición?
Las y los estudiantes trajeron las siguientes reflexiones al respecto: la obra “conmueve” y los “interpela” – también “defrauda” la curaduría, la “falta de impacto” y el espacio “tránsito” asignado para esta exposición. Por otro lado, han destacado la “honestidad”, el “coraje” y la “sinceridad” del trabajo tanto del bordado, como de la danza con el aro de luz y el sonido del alambrado de púas. Un estudiante comparte que “el tamaño de las fotos nos invitaba a acercarnos”.
También aparece en las reflexiones el tema del bordado: “entrelazar”, “enlazar”, “mixturar”, “remendar la historia”. Una estudiante relata: “como un ritual, el bordado marca en determinado lugar”.
Aparecen también los siguientes conceptos: “raíces”, “identidad” y “territorio”. Valen para los mapuches en la Patagonia, pero ¿valen para nosotros, en nuestro estar aquí en Buenos Aires? Entonces surge nuevamente la pregunta: ¿cuál es nuestra urgencia, nuestro problema vital o qué sentimiento de totalidad puedo experimentar a partir de la obra en exposición?
No son preguntas de esas que nos podamos responder de una vez y para siempre: son preguntas para que nos acompañen a lo largo del viaje.
Mientras tanto, allá en aquella sala de exposición –y de tránsito– del Matienzo, alguien colgó, por encima de las fotografías iluminadas y bordadas, una pancarta rosada que pregunta: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”.
Profesor Hugo Ferreira
Seminario de Estudios Urbanos y Experiencias Socioculturales, PyES