Políticas Públicas Socioeducativas

Colección Dossier de Itinerarios.
Septiembre de 2012
En este dossier, diferentes especialistas en Educación Social y Recreación desarrollan miradas sobre las políticas socioeducativas de los últimos años, a nivel local -en la Ciudad de Buenos Aires-, nacional y latinoamericano.

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Indice

• Editorial
• Políticas públicas socioeducativas.
Debates y desafíos para un análisis colectivo Por Violeta Boronat Pont
• Políticas de infancia. El paisaje de la ciudadanía.
Por Chiqui González
• Hacia una política pública desde la perspectiva generacional y con la juventud.
Por Viviana Norman
• Ciudad y educación: un binomio inseparable.
Por Analía Brarda y Guillermo Ríos
• Entrevista a Analía Brarda y Guillermo Ríos.
• Persistir en educar. La responsabilidad adulta entre mandatos, tradiciones y construcciones.

Por Débora Kantor
• Conversación con Violeta Núñez.
• Animação sociocultural, atuação, valorização e formação dos educadores.
Por Katharine Ninive Pinto Silva
• La mirada de los estudiantes. Postales de trabajos de los estudiantes respecto de la AUH en el marco de la materia Políticas Públicas socioeducativas.
Por Maximiliano Castillo, Daniela Deutsch, Ivana Feldfeber, Sebastián Otero, Daniela Roland, Florencia Soto


Políticas de Infancia. El paisaje de la ciudadanía.

Por Chiqui González
Directora de La Isla de los Inventos 

¿Qué es una Política Pública para la infancia? Es la primera cuestión que nos interroga. Tal vez, antes de avanzar, deberíamos rehacer la propia pregunta, pluralizando ¿Qué son las Políticas Públicas para las infancias? y como se desarrollan en la gestión local.

Una Política Pública es un impulso colectivo y transformador con perspectiva estratégica, una energía regulada y sistematizada que hace frente a una necesidad, interpreta un imaginario social, construye sentido en la fragmentación, moviliza la acción en la abulia y teje su red infinita de futuro en el presente del territorio. Tiene algo de solemne cuando relaciona y religa un pulverizado sentido de conjunto, convirtiéndose en misteriosa construcción como “artefacto” de cambio.

Si la política es el “arte de vivir juntos los unos con los otros”, según Hanna Arendt, o por lo menos, la capacidad de convocar lo colectivo, estamos parados exactamente en el punto en que el convivir es la estrategia mayor, en la era del vacío de sentido, la crisis extenuante de la representación política, el individualismo y la exclusión.

Poner en escena a la sociedad civil, es en realidad, la única manera de practicar el “arte de vivir juntos”. Y, para decirlo como se merece la metá- fora teatral, se trata de cuerpos de todas las edades que, en un tiempo y un espacio, con cierta cantidad de energía, intentan construir un relato, una ficción, protagonizar (es decir ser “alguien”, a cambio de “nadie”) su historia… la historia del “nosotros”.

Se advierte de inmediato que están en juego el concepto de pertenencia, identidad y trascendencia. Cuando la gente actúa sus acciones se suele llamar participación, consenso, se pone en evidencia la multiplicidad y complejidad de la trama social, la belleza de la diferencia.

Cuando los ciudadanos protagonizan, el espacio público se convierte en dispositivo de uso y sentido, puede mostrar su condición de territorio de nuestra movilidad urbana, aprendizajes y vivencias; patrimonio físico, imaginario y simbólico que heredamos y acrecentamos; memoria de nuestro cuerpo, (desplazamiento de la historia a las cosas), modos y vínculos movilizados, (llamados “técnicamente servicios”); reglas del juego o normativas, que favorecen el concierto de voluntades o el desconcierto que acompaña a la burocracia y empequeñece la vida social. Es el antiguo “bien común” del siglo XII convertido en plano y damero, que habla y grita, expone sin tapujos la exclusión, dialoga con el río y hasta repara en la existencia de los chicos. El espacio de todos, es el lugar donde “aparecer” ante los otros, con un cuerpo, una dignidad, una historia; donde el relato insiste en igualar oportunidades, no excluir, creando alternativas al modelo neoliberal.

 

Persistir en educar.
La responsabilidad adulta entre mandatos, tradiciones y construcciones.

Por Débora Kantor
Conferencia en Puerto Pibes. Marzo, 2010 

Es auspicioso que seamos muchos. Es lamentable que debamos ser tantos. Estamos acá porque creemos que la formación de niños, adolescentes y jó- venes no se juega solamente en la escuela. Porque creemos que, tanto en la escuela como fuera de ella, podemos y debemos ofrecer otras cosas además de la enseñanza de las asignaturas.

Estamos acá por la sobre-edad, la repitencia, el abandono; por los chicos en situación de calle, por los adolescentes en conflicto con la ley, por los pibes y las pibas violentados que muchas veces se vuelven violentos y muchas otras se llaman a silencio de un modo aterrador.

Hay entre nosotros muchos que hemos crecido, estudiado y trabajado en tiem- pos en que se constataba que la educación era un ascensor y no un paracaídas.
Y también hay aquí muchos que nacieron junto con los programas socioedu- cativos, o poco antes de que se instalara entre nosotros el término “inclusión”. Recordemos brevemente, entonces, que los problemas que tenemos entre manos, las características de las vidas de los chicos y chicas con que traba- jamos, son resultado del desplazamiento de grandes sectores de la pobla- ción hacia la precariedad y la pobreza, producido en nuestro país durante las últimas décadas, y del consabido retiro del estado en tanto garante de derechos y necesidades básicas.

Un estado que reaparece luego –de otro modo no estaríamos aquí– a través de políticas públicas y programas que se estructuran en torno a la idea de restitución de derechos.
Estamos acá y somos tantos, afortunadamente, lamentablemente, porque las oportunidades de muchos niños, adolescentes y jóvenes se hallan seve- ramente comprometidas.

Los datos disponibles resultan dramáticamente reveladores: todavía hoy la mayoría de los pobres son niños y la mayoría de los niños son pobres, gran parte del sector joven está desempleado y entre los desempleados la mayoría son jóvenes.

En palabras de Patricia Redondo, pronunciadas en 2007, esta realidad

“pone de manifiesto la profunda desigualdad social y la situación de pobreza extrema que marcó a la infancia en los últimos años, expresando el agrava- miento de las condiciones de vida de los grupos familiares y las marcas de un proceso que aún persisten. (…) Ser niño y ser pobre en la Argentina se combinó como un binomio cuyo producto es la marginación y la exclusión del acceso a los bienes materiales y simbólicos”23.