La isla Crónica de una pasantía en el Tríptico de la Infancia

–Travesías–

Por Carola Álvarez•

Conocí el Tríptico de la Infancia en una materia de la Tecnicatura Superior de Tiempo Libre y Recreación del ISTLyR. El relato cálido de mi profesora respecto a algunos lineamientos de la propuesta me llenó de emoción. Casi de casualidad, en un viaje a Rosario me encontré en el SUM de la Isla de los Inventos, y por los azares de la vida y la anecdótica pérdida de una de mis zapatillas comencé a recorrer los andenes. Ingresé a un mundo lleno de estímulos, la mirada ansiosa por recorrerlo todo y dejarme impregnar de cada cosa. “¡Esto es la Meca de la recreación!”, pensaba. Hoy me encuentro trabajando en esa misma Isla, que es otra Isla, en la modalidad de un contrato temporario de 9 meses de experiencia pura y significtiva.
La Isla de los Inventos forma parte del Tríptico de la Infancia y es un espacio de encuentro entre chicos y grandes, un espacio de juego. Surge a partir de la demanda infantil organizada y reunida en asamblea en los Consejos de Niños de Rosario, que a fines de la década de 90 -cuando lo público había sido saqueado, vendido y vaciado- reclamaba sitios donde encontrarse. Esta demanda es tomada en cuenta por la gestión estatal. Chiqui González, junto a un grupo de pedagogos y pedagogas de oficio, comienza a pensar de qué manera dar vida a un espacio que satisfaga aquella necesidad. Se toma la decisión de hacer nacer una granja, un jardín y una isla regidos por modos de convivencia distintos a las empobrecedoras y hegemónicas formas de estar con los otros.

La Isla de los Inventos es la más joven del Tríptico, nace en el 2003 en lo que fue la estación de trenes Rosario Central. Con el resguardo de intervenir lo menos posible la espacialidad del lugar, la estación se convierte en una invitación a viajar por el mundo del juego, los diferentes lenguajes, las artes y los oficios. Mi tarea allí es coordinar los diferentes dispositivos, que al llegar vamos eligiendo día a día, y siento que lo hago con altos grados de libertad, porque esa es la propuesta. Me gusta ver que, en cada uno de los que coordinamos, se ponen en juego y se manifiestan los caminos que cada quien ha andado. Venimos de recorridos disímiles y se evidencia en nuestras formas de coordinar los mismos juegos, y a la vez generamos entre todas y todos una mixtura que hace a la coordinación colectiva de la Isla. La experiencia es esa búqueda. Encontrar cada quien su color y su brillo, porque en cada juego nos reencontramos con cosas muy personales.
Mi trabajo, en parte, también es jugar, lo que me hace sentir muy feliz en lo personal, y desde mi veta recreóloga (¿podemos decir desde lo profesional?) tengo la sensación de estar encarnando en la práctica muchos de los grandes conceptos-horizonte que me dio a conocer el mundo de la recreación: participación, protagonismo, juego, jugarse, autonomía, encuentro, trabajo cooperativo, experiencia.

Lo primero que llamó mi atención en ese sentido fue que el juego y la lúdica pudieran usarse, ¡también!, para la selección de personal en un trabajo (forma que supera en efectividad y en humanidad a todas las otras que conozca). Mi primer “entrevista laboral” fue un encuentro de juego en el Jardín de los Niños.

Ya trabajando allí me siguió sorprendiendo que la recreación se filtre en cada gramo de Tríptico. Esa última línea que acabo de escribir me lleva a preguntarme qué digo cuando digo recreación, en este caso. En principio, pienso en formas de gestionar las necesidades puntuales de un espacio de trabajo a partir de modalidades poco habituales. Sostenidas sobre relaciones más horizontales, en el diálogo, en la voluntad, en el deseo; sin que por eso dejen de existir roles diferenciados y responsabilidades y tareas diferenciadas también; lo que sucede es que las mismas son pensadas desde paradigmas que apuestan más al intercambio, a la confianza, a la autonomía, a las responsabilidades internas de cada quien.
Y por otro lado, la propuesta pedagógica hacia afuera, hacia el público, hacia los niños, los grandes, las abuelas, los más bajitos se fundamenta en el mismo combo de ideas-horizonte.

Más específicamente, el Tríptico de la Infancia es una política pública sostenida y sustentada a partir de una específica noción de infancia, como forma de estar en el mundo que se caracteriza por la integración de saberes y experiencias, del cuerpo y la mente, los pensamientos sustitutivos, asociativos, metonímicos, fragmentarios; y una concepción de ciudadanía y derechos que hace énfasis en el acceso a la belleza, a la imaginación, a la posibilidad de ser, hacer, y crear lo que creamos que queremos y necesitamos.

En mi experiencia, la Isla me invita a dejar de lado por un momento los principios del razonamiento lógico, de la escisión que nos propone nuestra cultura adulta y occidental, para sumergirme en los terrenos del absurdo, las imágenes y las asociaciones más inesperadas. Cuando pensaba en cómo escribir este artículo llegué a la idea de que la Isla de los Inventos es un espacio público cuidado donde confiar en el miedo. El miedo a lo desconocido, lo incierto.

En un mundo que premia a los “exitosos” me siento acostumbrada a tener que ser una mujer fuerte; ¿y si nos permitiéramos la debilidad, el miedo? ¿lo que nos cuesta? Pienso que en lo desconocido anida el temor que a veces nos paraliza, y la Isla nos invita a transitar senderos inciertos. Si una letra no es una letra ¿en qué puede convertirse? Y si podemos viajar con el alma o escribirle una carta al mundo ¿qué nuevas posibilidades barajamos? La Isla es una isla de cuidado en un mundo de desamparo, donde las propuestas no dicen sino interrogan, y en eso nos impulsa a encontrarnos, con nosotros y con los otros. En mi rol de coordinadora me invita a confiar en mí, en mis miedos y en mis intentos; me invita a ensayar, con lo que implica como permiso para el error y los hallazgos fortuitos, porque todo está puesto en cada lugar para que el aprendizaje sea dulce, reflexivo, exploratorio y construido entre todas, entre todos. Es un lugar donde se relajan los criterios fijos e incuestionables acerca de los saberes valorados y los marginales, por lo que me animo a ser aunque eso me de miedo. E invito a cada visitante a que atraviese la misma experiencia. Animarse a proponer donde esperamos recibir propuestas cerradas, animarse a opinar sin repetir, a experimentar con el absurdo, los lenguajes no cotidianos, las materialidades desconocidas. Hay una pedagogía del cuidado velando por nosotros.

Entre otras cosas, la Isla de los Inventos es lo que materialmente me permite vivir aquí en Rosario. Durante mis años en Buenos Aires, ese fue el lugar de mis queridas empanadas; y reflexionando un poco me encontré con la idea de que, en la experiencia de vender empandas, supe encontrar un trabajo que me permitiera respetarme y respetar mis nociones sobre el mundo. Y junto a ese descubrimiento, para mi tan bello y feliz, comencé a transitar los pasillos del ISTLyR que me dieron a conocer un mundo de ideas y sentimientos que elijo con libertad. Mi trabajo acá duplica aquella ya muy feliz y bella apuesta, me hace sentir más comprometida con el mundo, me afecta y me deja afectar, porque aquellas nociones de infancia, ciudadanía, derechos son compañeras a la vez de una pedagogía sui generis, nacida a partir de los años de experiencia de esta política pública. ¿Y cómo sentirme educadora sin sentir compromiso?

En la Isla se propicia un tiempo y un espacio donde todo está dado para que podamos ejercer nuestra libertad en el encuentro. En cada propuesta se gesta un encuadre que permite esa libertad, un mapa de límites donde poder elegir diversos caminos y así poder convidar recursos que habiliten y no prohíban. El juego como acto político implica la posibilidad de desmembrar las nociones que traemos acerca de todo yendo a la más mínima expresión de la existencia en la experiencia personal, para luego volver a tejer esos fragmentos plenos en diálogo con los otros, y de esa forma construir un saber hacer colectivo. La pedagogía del cuidado se encarga de delimitar en qué terrenos y en qué entramado de valores respecto a lo humano y lo social anudar esas existencias, con la intención de entrenarnos en esto de ser libres y responsables. ¡Y lo hacemos jugando! Jugando de verdad, con todo el ser puesto en cuestión. No en un “como sí”. Si en la Fábrica de Madera fabricamos autitos de juguete, los fabricamos de verdad, y para eso necesitamos un taladro de verdad, escofinas de verdad, masas de verdad. Y si en la Fábrica de Hierros fabricamos esculturas colectivas necesitamos una soldadora que suelde, no una de juguete. Y también cuando en la Sala del Tiempo del Espacio Infinito nos preguntamos sobre el tiempo nos hacemos preguntas de verdad, de las que no tenemos más que respuestas exploratorias, jugadas.

Un día, jugando con un grupo de niñas a partir de un cántaro y unas canicas, les pregunté si el tiempo podía detenerse. Me respondieron que no. Les pregunté entonces: “si el tiempo pudiera detenerse ¿dónde lo haría?”, una de ellas me respondió que en el Centro del Tiempo. Nunca había pensado en esa idea, la del Centro del Tiempo. Y seguimos jugando ¿cómo será? ¿de qué color? ¿quiénes pueden llegar a ese lugar? El Centro del Tiempo es una nueva categoría con la que ahora dialogo, de la que aprendo. Trabajo y aprendo.

Otra mañana llegué a la Isla muy triste y me tocó coordinar la Ciudad Soñada, un espacio para imaginar la ciudad que deseamos y construirla a partir de telones con edificios abstractos, calles, ríos, árboles, autos. Con Alexis tiramos una ruleta que nos preguntó “¿Qué pasaría si la ciudad fuese de papel?”. Decidimos juntos que nuestra ciudad estaba invadida de papeles y había que limpiarla; mientras nos abocábamos a la tarea le conté que yo iba a ir mirando entre los millones de papeles si encontraba alguno interesante. Encontré una carta, se la leí y él me dijo que era la carta de un amigo a otro, estaba triste porque se había mudado de ciudad. Le pregunté cómo sería la ciudad si todas y todos estuviésemos tristes. Salió corriendo gritando “¡ya se!” y comenzó a traer autos con lo que construir “El tren de la felicidad”. En el camino decidimos plantar árboles, uno que al pasar te contaba un chiste, otro que te hacía cosquillas y un último que te abrazaba. Y juntos recorrimos nuestra Ciudad Soñada.

Así es cómo, entre juegos y cuidado, entre todas y para todos, construimos un mundo que resiste un mundo que a muchas no nos gusta. Como experiencia personal y profesional es la dulzura hecha materia, un lugar donde me siento parte de algo bello y grande, que cuestiona muchas de los paradigmas dominantes, tanto en pedagogía, como en las formas en que se tejen las relaciones laborales, los modos de gestión estatal, el derecho. Como si todo estuviese muy actualizado, en las vanguardias. Y para transformar el mundo parece que hay que ser, al menos un poco, vanguardistas. En la praxis, es mi praxis, viajo desde el mundo más profundo de pensamientos erráticos y contradictorios que a veces me cuesta compartir, hasta lo más complejo del entramado social y las formas hegemónicas de ser de este mundo; voy y vengo entre mis ideas y mi encuentro con los otros en la coordinación.
Me tiene feliz que jugar sea un acto político y que exista algo llamado Tríptico de la Infancia.

 

*Carola Alvarez es Licenciada en Sociología y estudiante en la Tecnicatura Superior de Tiempo Libre y Recreación.