Juan de Monserrat

–Ficción–

Por Matías Segreti
Detalle de obra de Vik Muñiz

La intrigante historia de la antigua Casona de Virrey Cevallos

Juan llegó a Monserrat, un barrio antiguo y bien porteño, luego de varias mudanzas. Sus padres habían tenido problemas con los trabajos y esto había provocado que la familia emigre en reiteradas oportunidades. Después de transitar por muchos barrios, la familia de Juan aterrizó en Monserrat, en la casa de la abuela paterna.
Todo resultaba novedoso, los ruidos y olores de la casa, los vecinos, la escuela, y tantas cosas que Juan se proponía descubrir.
Juan tenía 12 años. Le dedicaba bastante de su tiempo a leer y a investigar temas que le resultaban interesantes. Muchas veces se pasaba días enteros resolviendo acertijos, cuentas, problemas y todo aquello que le resultara un desafío.
Una tarde de viernes, luego de volver de la escuela, su abuela lo estaba esperando para tomar la merienda. A Juan mucho no le gustaba charlar con ella. Siempre se trataba de lo mismo, historias de años atrás, de personajes desconocidos y recuerdos aburridísimos. Pro es viernes por la tarde lo que le iba a contar estaba fuera de lo que esperaba. Por primera vez iba a hablar del presente, y de algo que desconocía, una historia de su barrio.
La abuela cerró los ojos, como mirando hacia dentro y comenzó a hablar: resulta que en una Casa muy cerca de acá suceden cosas raras. Es una Casona hermosa. Fue construida a principio del siglo, por el año 1900. Está ubicada a mitad de cuadra. Tiene tres plantas y muchas habitaciones. Es fresca en verano y muy fría durante el invierno. Como muchas casas de la época conserva un patio central por donde entra luz y aire. Sus puertas son altas, al igual que sus techos. Los pisos de madera crujen al atravesarlos. Es tan grande que podrían vivir muchas familias sin tener que molestarse unas a otras. Yo la conozco porque ahí vivía una señora muy amiga mía. Sin embargo, desde hace unos años ya no sé quien vive ahí. Lo único que se ve es que entran y salen autos. Siempre de noche. Las ventanas y las puertas siempre están cerradas. A veces se escuchan ruidos raros, como golpes.
Ya no hay más chicos jugando en la puerta y el frente esta descuidado. Yo no sé lo que hay ahí, pero me parece muy extraño.
Juan se quedó con la boca abierta. La galletita mojada con leche se quebró por la mitad y cayó en el suelo. Recién cuando la abuela lo retó por la torpeza, Juan volvió en sí.
Le pidió a su abuela que le cuente más, pero no agregó muchos detalles, lo único importante que le dijo es que la Casona estaba en la calle Virrey Cevallos, entre Chile y México, al 628.
La historia que había escuchado lo había entusiasmado muchísimo, tanto que se propuso averiguar qué sucedía en esa casa.
Inmediatamente se puso a limpiar el suelo enchastrado, se tomo el vaso de leche de un trago y salió corriendo a su habitación.
Su pieza no solo servía para dormir, sino que además era su laboratorio, su museo de objetos raros, y a partir de ahora su oficina de detectives.
El primer paso sería anotar lo que la abuela le había dicho para no olvidarse nada. Agarró el cuaderno del colegio y empezó a escribir, tratando de no omitir ni el mínimo detalle.
Luego buscó una guía de calles para ubicarse en el barrio. Descubrió que la Casona estaba a solo tres cuadras de su casa.
Sin dudarlo, fue en busca de su campera, pegó un grito y se dirigió hacia la calle: ¡ya vuelvo! Como un cohete salió rumbo a la vieja casa donde sucedían cosas extrañas.
Tomó la calle Chile, avanzaba al trote, casi corriendo. Cada vez se encontraba más cerca. A medida que se aproximaba a la esquina de Virrey Cevallos, su caminar apurado y decidido empezó a atenuarse. Sus pies le parecían más pesados, su corazón latía con rapidez, su respiración aumentaba. De pronto, su valentía se iba desvaneciendo. ¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy transpirando si no hace calor? Se preguntaba a si mismo.
Llegó a la esquina.
La tarde iba cayendo para dejar lugar a las sombras de la noche. A pocos metros se encontraba aquella Casona en las que sucedían cosas extrañas.
El viento sopló mas fuerte y sus huesos se helaron. No lograba avanzar. El miedo se había apoderado de su cuerpo y sus dientes no dejaban de tiritar.
Se hacía tarde y debía volver a su casa. Pero no se había animado ni a pasar por enfrente. Derrotado por el temor, decidió retornar a su casa.
Juan estaba empecinado en investigar qué era lo que sucedía en aquella Casona.
Ya en su casa, empezó a organizarse un poco mejor.
Tendría que recopilar mayor información. Su abuela le había dado pocos detalles. Después de pensar un poco, se dio cuenta que había tres formas de conseguir datos. La primera consistía en revisar los libros de la biblioteca del barrio. Allí seguramente aparecerían datos reveladores de la historia de la casa. La segunda era interrogar a los vecinos para que le cuenten lo que sabían. Y la tercera y más arriesgada sería tocar la puerta y averiguar por sus propios medios quienes eran los habitantes y que cosas hacían.
Ya era tarde. Lo llamaron para la cena. Al otro día empezaría su tarea de detective.

El día sábado amaneció nublado. Ideal para internarse en la biblioteca del barrio. Juan le pidió permiso a su mamá y se dirigió hacia el lugar. Al llegar hablo con la encargada y le comentó que buscaba información sobre casas del barrio. La mujer le dio una pila de libros inmensa. La tarea sería difícil, pero el entusiasmo y las ganas de conocer superarían cualquier obstáculo.
Pasaron los minutos, luego las horas y Juan no encontraba nada que hablará de esa casa tan particular.
Un Señor que, sorprendido por la presencia del chico un sábado a la mañana y con tantos libros le preguntó: ¿qué buscas nene? Yo te puedo ayudar, conozco la biblioteca mejor que nadie.
Juan no dudó en recibir ayuda. ¡Buenísimo! Empezó contándole el relato de la abuela y las ganas de saber lo que en la Casona de Virrey Cevallos sucedía. El señor frunció el cejo y se mostró incomodo por lo que decía Juan. Con una voz sería pero tranquila le dijo: yo te voy a ayudar, pero vos prometeme que no le vas a decir a nadie que me viste. En esa casa pasan cosas raras.
En seguida se dirigió hacia un sector de la biblioteca, busco algo en una repisa y le trajo un libro. En esta enciclopedia vas a encontrar la historia de la casa, espero que te ayude. Dio media vuelta y se marchó.
A Juan le pareció un poco extraña esta actitud.
En el libro que le ofreció el señor encontró muchos datos acerca de la Casona. La había construido en 1908 un hombre de apellido Visca que aparentemente tenia muchísimo dinero. Además había sido donada para que fuera una maternidad, pero este plan original no duró mucho tiempo.
¿Qué pasaba entonces en esa casa?

La biblioteca no podía brindar más ayuda. Necesitaba testimonios. Entrevistar a vecinos. Juan pensó primero en los comerciantes que estuvieran más cerca de la casona. Se acercó hasta el almacén de la vuelta. El almacenero no quiso saber nada con preguntas de la casa. ¿Qué raro? Se dijo Juan, probaré con otra persona.
Ante la negativa del almacenero, decidió ir al kiosco de mitad de cuadra. Tampoco le dijeron nada.
Probó con el diariero, la panadería, el señor recolector de basura y nada. Una semana de preguntas y ni un dato. Casi todos le decían lo mismo: no te metas. Anda a jugar al fútbol, entretenete con otra cosa.
Un día se cruzó a un oficial de policía. Juan se dijo a sí mismo: El policía no debe tener miedo, y si pasa algo grave, seguramente debe saber, así que le voy a preguntar. Juan se acercó al oficial y le preguntó.
El policía, alto y bastante robusto lo miró a los ojos y le dijo: a vos no te tiene que importar lo que pasa en esa casa. Si me entero que seguís preguntando o averiguando, te llevo preso a vos y a tus papás. ¿Me entendiste? Por supuesto que lo entendió. Se pegó un susto bárbaro.
Juan salió corriendo a su casa para contarle al papá lo que había sucedido.
El padre se enojo muchísimo porque no tenia idea de la investigación que su hijo había emprendido y prohibió que se volviese a hablar del tema.
Era el año 1976.
Juan nunca más pregunto acerca de la casa. Su vida volvió a la tranquilidad habitual. Aunque siempre, en algún rincón de su cabeza continuaban esas ganas por saber qué sucedía en esa casa de Virrey Cevallos.
Y así pasó el tiempo, los días se hicieron semanas, las semanas meses y los meses años. Aquel relato de la abuela era cada vez más difícil de recordar. Juan creció y se hizo adulto. Volvió a mudarse, esta vez al barrio de Villa Urquiza, bastante lejos de Monserrat, pero dentro de la Ciudad de Buenos Aires. Se enamoró de una chica y al tiempo tuvo su primera hija, Agustina.
Una tarde de otoño, a Juan se le ocurrió agarrar el auto y salir a pasear con su hija. Tenía ganas de mostrarle el barrio de su infancia y juventud, Monserrat. Visitaron la Avenida de Mayo, el café Tortoni, la plaza del barrio, la casa de la abuela.
Luego de unas horas de paseo y volviendo a su hogar observaron que en una casa a mitad de cuadra un cartel colgaba de su fachada: “Ex centro Clandestino de Desaparición Virrey Cevallos”.
Juan se quedó helado. Estaba frente a la misteriosa Casona de Virrey Cevallos. Apretó el freno con fuerza y casi hace golpear a su hija: papá ¿qué te pasa? aprende a manejar.
Juan nunca había vuelto a cruzar esa calle, ni a preguntar sobre la Casona de Virrey Cevallos. Casi 20 años después se encontraba frente a aquella casa tan particular. Estaba helado. De repente volvía a recordar la ansiedad que de chico había tenido por conocer esa Casa, y ahora la tenia enfrente.
Agustina le dijo: papá ¿qué es esa casa?
Juan, sacando fuerzas desde su interior le contestó: No sé hija, pero si me acompañas, vamos y preguntamos ¿querés?
Agustina dijo que sí. Estacionaron el coche y se dirigieron a la casa.
El cartel anunciaba “ex centro Clandestino”, una palabra que Agustina no entendía. ¿Qué es clandestino papá?
Clandestino significa que esta oculto, que no es legal, es algo que esta fuera de la ley y contra la ley.

Agustina asintió con la cabeza: ¿entonces estaba mal esto?
El papá le respondió: aparentemente sí.
Golpearon la puerta. Unos segundos después apareció un hombre. Hola, ¿vienen a conocer la historia de la casa?
Juan se emocionó. La verdad al fin sería revelada. Agustina estaba muy ansiosa y apretaba con fuerza la mano de su papá.
El hombre comenzó a contarles. Esta casa fue un centro clandestino después del golpe de estado de 76.
Agustina no entendía mucho: ¿qué es un golpe de estado?
El señor sonrió amablemente y dijo: un golpe de Estado es una trompada a la democracia. Un grupo de personas, que tienen el poder de las armas, ocupan por la fuerza el gobierno de un país. Toman presos a todos: al Presidente, a los diputados, a los senadores, a los gobernadores, a los representantes que el pueblo había elegido con su voto, y ocupan su lugar. Se convierten en dictadores. A los amigos los nombran intendentes, jueces, ministros, secretarios… así todo queda en familia. Se sienten poderosos y gobiernan sin rendirle cuenta a nadie.
Agustina volvió a preguntar: ¿y que pasaba en esta casa?
Ahora el señor se puso serio, tomo aire y empezó a relatar: En esta casa al igual que en muchas casas de todo el país se traía gente detenida y a la fuerza, en forma clandestina. Personas que no estaban de acuerdo con la dictadura. En estas casas se los torturaba y a veces se los mataba. Estos centros eran manejados por el ejército, la policía y todas las fuerzas armadas y de seguridad. Muchas personas que pasaron por estos centros no volvieron a aparecer. A estas personas se las llama “detenidos desaparecidos” porque ni las familias, ni los amigos sabían donde estaban y aún no saben.
Juan estaba conmocionado. Empezó a recordar los diálogos con los vecinos, con su padre y con el policía. Todos le decían “que no se metiera”, “que no hable del tema” y otras cosas más. Aunque todos parecían saber qué sucedía en la casona, nadie se animaba a decir nada.
Agustina hizo algunas preguntas y el señor contestó con paciencia.
Charlaron un rato más y quedaron en volver a visitar la casa con más tiempo.
Agustina y Juan volvieron pegaron la vuelta rumbo a su hogar, donde María los esperaba para cenar.
Esa noche Juan casi no comió. Se fue tarde a la cama, pensando en todos estos años que habían pasado.
En sus sueños volvió a encontrarse con su abuela, sus padres, sus viejos amigos del colegio, la tranquilidad del barrio, el misterio de la Casona.
Esa noche durmió con una tranquilidad enorme.
Juan y su hija habían descubierto juntos el misterio de la Casona de Monserrat o el ex Centro Clandestino Virrey Cevallos.
Por fin la angustia de no saber había desaparecido.

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