Carta a una profesora

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Lorenzo Milani

Lorenzo Milani fue un sacerdote y pedagogo italiano que, entre 1954 y 1967, se hizo cargo de la escuela de Sant Andrea de Barbiana, un pueblo de pastores y leñadores en las montañas de Vicchio. En ese lugar aislado y empobrecido, Milani desarrolló un método pedagógico alternativo al que regía en las escuelas italiana de entonces. En 1967 se publicaría Lettera a una professoressa (Carta a una profesora), un libro firmado por ochos alumnos de la escuela en donde se denunciaba el clasismo y la selectividad del sistema educativo italiano y se mostraban los principios de Barbiana. Transcribimos a continuación alguos fragmentos del libro.


PRIMERA PARTE: LA ESCUELA OBLIGATORIA NO PUEDE ELIMINAR

LA CLASE MULTIPLE
En primaria el Estado me ofreció una escuela de segunda categoría. Cinco clases en una sola aula. Una quinta parte de la escuela a la que yo tenía derecho. Es el sistema que emplean en Estados Unidos para crear las diferencias entre los blancos y los negros. La escuela peor es para los pobres, desde chiquitos.

LA ESCUELA OBLIGATORIA
Al terminar la primaria tenía derecho a tres años mas de escuela. No solo eso. La Constitución dice que yo tenía la obligación de ir. Pero en Vicchio todavía no había secundaria. Ir a Borgo era toda una empresa. Quien lo había intentado gastó un montón de dinero y después fue rechazado como un perro.
Además, la maestra le había dicho a mi familia que era inútil gastar plata: “Mándelo al campo. No tiene condiciones para estudiar.”
Papá no le contestó. Pero mientras ella decía eso él pensaba: “Si viviéramos en Barbiana tendría condiciones”.
(….)

EL BOSQUE
Cuando volvió, vi que había comprado una linterna para la noche, un tarro de aluminio para la sopa y botas de goma para la nieve.
El primer día me acompañó él. Demoramos dos horas porque abríamos camino con una podadora de árbol y una hoz. Después aprendí a llegar en poco más de una hora.
Pasaba cerca de dos casas solitarias. Tenían los vidrios rotos, las habían abandonado hacía poco.
En algunos trechos me ponía a correr porque había una víbora o por un loco que vivía solo en la Roca y me gritaba de lejos.
Yo tenía once años. Usted se hubiera muerto de miedo.¿Ve? Cada cual con su timidez. Por lo tanto estamos en pie de igualdad.
Sí, pero siempre que cada cual se quede en su casa. Porque si usted tuviera necesidad de rendir examen ante nosotros… pero usted no lo necesita.
(….)

LOS MUCHACHOS MAESTROS
En Barbiana, al año siguiente, yo era maestro. Es decir, lo era tres medios días por semana.
Enseñaba geografía, matemáticas y francés en primero de secundaria.
Para recorrer un atlas o explicar los quebrados no se precisaba título universitario.
Si me equivocaba en algo, no importaba. Era hasta un alivio para los chicos. Estudiábamos juntos.
Las horas pasaban tranquilas, y nadie se asustaba ni se acobardaba. Usted no sabe enseñar como yo.

POLITICA Y AVARICIA
Además enseñando aprendía muchas cosas. Por ejemplo, aprendí que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir de él solos es la avaricia. Y no es que yo estuviese vacunado contra la avaricia. En época de exámenes tenía ganas de mandar al diablo a los más chicos para ponerme a estudiar para mí. Yo era un muchacho como los de ustedes, pero allá en Barbiana no lo podía confesar, ni a los demás ni a mí mismo. Me tocaba ser generoso aún cuando no lo era. A Ustedes les parecerá poco. Pero con sus alumnos hacen menos todavía. No les piden nada. Los invitan solamente a abrirse camino.
(….)

LOS EXÁMENES

LAS REGLAS PARA ESCRIBIR
En junio, al tercer año de Barbiana, me presenté para el diploma de secundaria inferior como alumno libre.
El tema de la composición era:”Hablan los vagones del ferrocarril”.
En Barbiana había aprendido que las reglas para escribir son las siguientes. Tener algo importante que decir, o que sea útil para todos o para muchos. Saber a quién se escribe. Recoger todo lo que sirve. Encontrar una lógica para ordenarlo. Quitar toda palabra que no usamos hablando. No fijarse límites de tiempo. Así escribo con mis compañeros esta carta.
Así espero que mis alumnos escriban, cuando yo sea maestro.

LA SARTEN EN SUS MANOS
Pero ante un tema semejante, ¿de qué me servían las reglas humildes y sanas del arte de todos los tiempos? Si quería ser honesto, debía de entregar la página en blanco. O bien criticar el tema y a quien lo había dado.
Pero yo tenía 14 años y venía de la montaña. Para entrar a Normal necesitaba ese diploma. Esa hojita de papel estaba en las manos de cinco o seis personas extrañas a mi vida y a casI todo lo que amaba y sabia. Gente despreocupada que tenía la sartén por el mango.
Traté, pues, de escribir como ustedes quieren. De más está decir que no lo logré. Seguramente salieron mejor los escritos de sus señoritos, expertos en sacarle el olor a podrido al guiso de lugares comunes.