Cambio

–Imaginarios–

Por Tahalí Ayemén Villanueva*

Ilustración: Emmanuel Polanco

Recostados, juntos, se encontraban hablando.

–Claro, yo recuerdo mi adolescencia de gallo. Es raro que lo recuerde con tanta nitidez, pero, realmente, disfrutaba tanto cacarear. Extraño cacarear. Mi quiquiriquí era el más sentido en el corral. Un corral fiero pero si uno no trataba de traspasarlo, no dolía tanto. Haciendo lo de siempre, podíamos llenarnos bien. Era una vida buena después de todo. Es decir, el cerco estaba, por supuesto, no podía ir donde quisiera hurgueteando las lombrices más exquisitas, pero comer con tanta facilidad no era algo que se dé en todas las vidas. Y que te dejen cantar así, cuando uno quiera, tampoco. Más bien, mi quiquiriquí era como un pedacito de libertad. Antaño, antes de ser gallito, la vida como hormiga padre, por ejemplo, fue dura, bien dura.

Creo que por esa vida tengo ahora la espalda así ¡los huesos así! Si habremos picado y picado, cargar y cargar. Qué desechables que éramos. Ser obrera debería habernos llenado de orgullo. Uno siempre piensa eso frente al albedrío de vidas, pero cuando se es solo, se siente el dolor. Puf. Qué recuerdos esos. No olvido a mis compañeros ni tampoco como ese maldito día se esfumaron. Nos esfumamos… Creo que luego fui mula. Ah no, sabe que no. Previo a eso fui mula en una estancia por Atacama. Uf, ser mula joven ahí no me dan ganas ni de contarle, niña. De esa vida solo diré que agradezco el final, si para llegar al lugar que llegué, si me entiende, tuve que ser, tuve que nacer en ese campo, todo lo valió. Cada golpe, cada luna completa de hambre. Todo. Tiempo luego, ya siendo mozos cruzamos con el Chinyo, un perro amigo, la cordillera, los dos solos, dejando todas las palizas atrás para volver a sentir. Al galope nos emprendimos cuando el patrón había ido pal’ bajo.

Cruzar ese gigante fue uno de mis mejores impulsos. Respirar esa cordillera ya era respirar la libertad. Claro que Chinyo no logró llegar al valle del otro lado. Pero como te digo, nena, ya llegar ahí, bien en lo alto… fue libertad. Uff, esos ojos de Chinyito al llegar. Volaba. Quedó perplejo unos minutos. Me miró. Y se desplomó. Pensarás que soy un sonso pero yo soy creyente, m’ija. Creo en que cuando se desea ser con tanta fuerza se puede elegir lo que continuará. Y en Chinyo lo vi. Lo vi en sus ojos, sería cóndor. Sobrevolaría una eternidad en el lugar al que quizás perteneció y pudo ser, ser él. Me encantaría sentir ese momento y elegir.

–¿Y usted, Don? Qué elegiría usted. Aunque sea que le dure un instante, ¿qué elegiría?
–Creo que lo sabré cuando lo sienta al momento.
–Mmm ¿Y quiquiriquear? Siempre lo cuenta con tanta añoranza, Don. ¡Vamos! Intente ahora.
–Claro, uno siempre tiene pequeños sueños, niña. El mío es quiquiriquear en pleno vuelo. Pero…
–¿Entonces?
–Ay niña. Que con este hocico imposible. Además que los gallos no vuelan, niña. Por eso es un sueño. Y míreme, pocos se acercan. Solo vivo porque el alimento nunca falta. Y cuando he intentado salir, a mis chuequeadas, pero salir, a las horas me entraron por la fuerza. Y eso que aún yo solo podía andar con ayuda del fierro, pero solo. Claro, luego van y me sacan el fierro. Tema solucionado para ellos. Y bue, como sabes en esas semanas siguientes fue que lo he mordido al Largo ese, dos veces. Es que ya harto me tienen… Ya sé. ¡Ya sé! Ni falta que lo diga con esa mirada. Yo confío en usted, niña. Si usted me dice que el Largo fue bueno conmigo en una época, yo le creo. Pero no lo recuerdo. Y ahora que ya ni recuerdo como caminar, ni fuerza tengo en mis patas delanteras, va él y me pone esas ruedas. Y qué me queda. Sólo pienso en… ey, niña, ¿qué hace ahí? Vamos ¡baje! No pensará… Además aunque abra la puerta no podré hacerlo solo… Sabe que ya no…

–Afuera hay una bajada, Don. Usted ya ni lo recuerda. Pero está. Y antes de que olvide esta conversación… bueno usted haga lo que quiera. Si no recuerda, yo acá le dejo esas ruedas. Sabe que esta noche me iré. Amo esta familia pero verlo así, ya no más. Agradezco el conocerle y aunque usted no recuerde su vida acá, yo sí. Y no aguantaría ni un amanecer más verle así y… ah. Su… su… cola… Su cola se mueve.

Y ningún cuadrúpedo ni bípedo en esa zona entendió de donde salió ese quiquiriqueo aquel día. Claro, salvo la gata de la casa 34.

*Tahalí Villanueva nació en Usuahia y actualmente es estudiante en la Tecnicatura Superior de Tiempo Libre y Recreación.